25 años luchando por la inclusión de la mujer a golpe de hilo y aguja
Rosa Lanza se jubila tras un cuarto de siglo acompañando a mujeres en riesgo de exclusión a través de los talleres de confección de Cáritas Santander
Cuando Rosa Lanza empezó a colaborar con Cáritas Diocesana de Santander, la Rampa de Sotileza donde se encontraba el taller de costura de Anjana había sido desde que tenía uso de razón un terreno “desaconsejado” para una joven como ella. Ni qué decir de sus nuevas alumnas: mujeres prostituidas o en riesgo de prostitución. Fue una decisión personal atrevida y, sin embargo, desde el primer día tuvo claro que era el sitio en el que quería estar.
“Tratábamos de preparar a las mujeres para el mundo laboral, trabajando ciertas habilidades para que aprendieran a desenvolverse. Les enseñábamos a coser, preparamos a algunas para examinarse de formación profesional de moda… Pero sobre todo les proporcionábamos un espacio para conversar. Les ofrecíamos un trato digno, nuestro consejo y nuestro cariño”, relata Rosa con emoción.

Participantes de Anjana con Rosa Lanza, la directora de Cáritas Santander Sonsoles López y el obispo de Santander Manuel Sánchez Monge
La Anjana se fundó en 1987 por iniciativa de Cáritas Santander, en coordinación con las religiosas oblatas, como un centro de atención a la mujer marginada. Una iniciativa que parecía más que necesaria tras décadas de una creciente presencia de prostitución femenina en el “barrio chino” santanderino, provocando que esas mujeres cuando quisieran cambiar de estilo de vida o tuvieran un problema se encontrasen en una situación de vulnerabilidad y desamparo.
Más allá de las técnicas de aprendizaje para la confección textil que impartía Rosa, en aquellos años La Anjana ponía mucho énfasis en preparar a las decenas de mujeres que atendía en conocimientos académicos y culturales. Unas nociones que iban desde el graduado escolar a la Educación Secundaria Obligatoria, empezando en algunos casos por la alfabetización más básica.
“Nadie les decía ‘tenéis que salir de la calle’ o ‘no podéis entrar’,” recuerda Rosa. “Simplemente se les mostraba otras alternativas y con eso poco a poco lo iban dejando ellas, o no entraban, como era el caso de las jóvenes”. La recién retirada monitora hace gala de la filosofía que siempre ha abanderado Cáritas: dejar que las mujeres lideren su propio proceso, así como evitar hablarles desde la condescendencia sino con respeto y empatía. “Lo más importante es el trato con las personas, el día a día. Yo he aprendido muchísimo con ellas”.
Con el tiempo el Centro de la Mujer La Anjana creció y maduró, e igual lo hicieron los talleres de costura. Las clases de Rosa en su última etapa han formado parte del Área de Empleo de Cáritas Santander, junto al taller prelaboral de horticultura. En la actualidad Anjana Mujer trabaja con cualquier mujer en situación de vulnerabilidad y/o riesgo de exclusión. Todo con el objetivo de potenciar las capacidades de las participantes y sus familias y tratar de favorecer la superación de sus dificultades.
Una integración laboral complicada
Rosa cuenta con orgullo que muchas de las mujeres que había en Anjana cuando ella empezó se han integrado más tarde en el mundo laboral regular, de una u otra manera. Algunas, en el mundo de la moda y el textil. “Son personas que lo que necesitan es que les suban el autoestima y que les den una oportunidad. Que igual hoy no son empleables, pero algunas en un futuro pueden serlo”.
Durante su experiencia laboral en Cáritas ha estado rodeada siempre de mujeres luchadoras, que no dejaban de revelar su valentía al dar el paso de asistir a Anjana y aceptar ese apoyo. Mujeres con historias personales tremendas -abandonos, familias desestructuradas, enfermedades mentales, adicciones…- que las han llevado a sentirse marginadas, en muchos casos desde niñas, y tener que hacer su vida apartadas del sistema.
“Tienen derecho a vivir con dignidad y tienen sus valores, como todo el mundo tenemos. Lo que pasa es que la gente solo valora el que sea productivo en un momento dado y luego se acabó. Entonces esta gente está predestinada a la clandestinidad”, lamenta Rosa. Al tiempo que le daba a la aguja y el hilo, siempre ha prestado atención a lo que estas mujeres le han querido contar en confianza. “Compartir ese día a día con algunas, con sus experiencias, eso es muy duro. Te alegras pensando que has puesto tu granito de arena. A veces lo harás bien, a veces lo harás mal… pero das lo mejor de ti”.
A raíz del actual momento de crisis, Rosa percibe que “si bien la gente puede volverse más solidaria, también aumentan los prejuicios contra el que menos tiene”. Para ello es importante, dice, entender que “no todo el mundo sirve para seguir el ritmo que marca la sociedad hoy en día” y que eso no les hace menos personas.
Cáritas Santander, lo que ha sido un hogar y una parte muy importante de su vida durante todos estos años, trabaja de forma cada vez más estructurada y profesionalizada para tratar de integrar a más personas. Preguntada sobre su perspectiva de aquí a unos años, confiesa: “Me gustaría que Cáritas no fuese útil, porque eso querría decir que los Servicios Sociales son capaces de cubrir todas las necesidades”. Sin embargo, deja pronto clara su seguridad de que “Cáritas cada vez es más necesaria. Cáritas está y va a seguir estando, para el bien de las personas”.