Diario de un Pastor ante el COVID-19, jueves 18 de junio de 2020
Las desgracias nunca vienen solas, dice el adagio popular. Al tiempo que sufrimos las consecuencias sanitarias, económicas, sociales y antropológicas del Covid-19. Ahora, nos encontramos con la urgencia de afrontar la xenofobia, el racismo, el fanatismo y las discriminaciones agudizadas por el desconcierto y el miedo que nos sobrecoge.
Otros virus del siglo XXI
Las desgracias nunca vienen solas, dice el adagio popular. Al tiempo que sufrimos las consecuencias sanitarias, económicas, sociales y antropológicas del Covid-19. Ahora, nos encontramos con la urgencia de afrontar la xenofobia, el racismo, el fanatismo y las discriminaciones agudizadas por el desconcierto y el miedo que nos sobrecoge.
La intolerable muerte de George Floyd plantea no solo un grave problema persistente, que no es exclusivo de la historia norteamericana, sino que también el racismo y el antisemitismo están presentes en Europa, con motivo de la imparable emigración de asiáticos, africanos y latinos.
Estos problemas vienen agudizados por la violencia múltiple que, según Marcuse, vocifera un revisionismo histórico que va desde el adanismo indigenista, pasando por las diversas colonizaciones hasta llegar a la censura de películas y de opiniones mediante técnicas de nuevas inquisiciones, sin darse cuenta de que no se puede reescribir impunemente el pasado. Hay que conocer y encuadrar la historia para entender el presente y preparar el futuro. De hecho, se quiere borrar la máxima de Cicerón: La historia es maestra de la vida y testigo de los tiempos. Aforismo que encierra un realismo aleccionador para no repetir los errores acaecidos y mejorar los tiempos actuales.
El voluntarismo inculto quiere juzgar lo que sucedió hace siglos, con los criterios modernos y pretender hacer justicia a los oprimidos de antaño con la injusticia del pensamiento único y dictatorial que desean imponer. Así, como los talibanes de Afganistán destrozaron aquellos budas gigantes, de la misma manera este cóctel de indignación, protestas antirracistas y vandalismo indocumentado han emprendido una guerra contra las estatuas de Cristóbal Colón y otros insignes personajes históricos. Al virus invisible de esta pandemia que padecemos, se une el virus ostensible de la iconoclasia de la libertad.
El papa Francisco ha mostrado su preocupación por este virus anticultural y antisistema. Ha afirmado: “No podemos tolerar ni cerrar los ojos ante ningún tipo de racismo o exclusión…el racismo es un pecado…la violencia sobrevenida es autodestructiva y nada se gana con ella y se pierde mucho” (Vaticano 3.6.2020). Es moralmente inaceptable cualquier teoría o comportamiento inspirados en el racismo y en la discriminación social. Mirando la historia de la humanidad, el mensaje cristiano ha sido decisivo en la abolición de la esclavitud (cf. Gal 3,27-38; Col 3,11; Film vv.16-17,21) y ofrece una visión universal de la vida de los hombres y de los pueblos por encima de cualquier raza o condición. Para los discípulos de Jesús de Nazaret, las diferencias raciales y culturales no han de ser motivos de división, sino de enriquecimiento en sus diferencias, para alcanzar en Cristo “la unidad completa” (LG,1).