Crónica de la pandemia en el Caribe
El cierre de fronteras ha dejado fuera de combate la fuente de ingresos habitual de los gobiernos caribeños: el turismo.
El pasado 2 julio llegaba al Aeropuerto Internacional de Punta Cana el primer vuelo lleno de turistas desde el 15 de marzo anterior. En la pista de aterrizaje, al pie de la escalerilla del avión, una comitiva encabezada por el dueño del aeropuerto, asociaciones de hoteleros, y funcionarios del Ministerio de Turismo dieron la bienvenida personal a los recién llegados. Todos con mascarilla. No es para menos, después de haber perdido tres meses y medio de temporada alta en la que se dejó de recibir cerca de 1 millón de visitantes.
República Dominicana ha experimentado grandes avances en su proceso de desarrollo en los últimos años gracias a los ingresos por turismo, pero en el país perduran graves desigualdades sociales, y cerca de un tercio de la población permanece por debajo de la línea de la pobreza. Sectores sociales completos como la educación, la salud, las infraestructuras o la defensa del medioambiente dependen de las inversiones de un Gobierno que ha perdido su principal fuente de ingresos.
Cuando fue declarada la situación de Emergencia y el primer confinamiento entre la población, el Estado del Presidente Danilo Medina garantizó a los empresarios, una ayuda de tres meses para evitar despidos masivos y se organizó un enorme programa de abastecimiento de comida cruda a más de 1,3 millones de alumnos de las escuelas públicas. El esfuerzo financiero comenzó a notarse en el mes de abril y mayo, con una devaluación de la moneda local de un 15% con respecto al dólar. Y al finalizar el mes de junio, los programas sociales se terminaron.
El país comenzó la desescalada desde el 1 de julio con la apertura gradual de la actividad comercial, incluido el turismo, y la celebración de las elecciones presidenciales el día 5 de julio. Desde entonces se ha entrado en un período muy peligroso a nivel social, ya que se ha producido un nuevo brote de contagios de COVID, con cifras de infectados superiores a las del mes de abril, sin dinero para protección social, sin apoyos a las familias, y sin moratoria bancaria.
El pasado 20 de julio además se decretó un nuevo estado de emergencia, restringiendo de nuevo la actividad económica, al comprobar como el sistema sanitario comenzaba a verse desbordado con hospitales públicos y privados funcionando a más del 100% de su capacidad.
La pandemia en Haití y Cuba
Las fronteras con Haití volvieron a cerrarse después de apenas 2 semanas de regreso a la normalidad. Las cifras de contagio en Haití son mucho menores a la de República Dominicana, debido según los expertos a la menor exposición del país a los visitantes extranjeros, y la escasa movilidad entre ciudades. Pero los hospitales haitianos, que habitualmente funcionan con gran precariedad, han visto multiplicar su número de pacientes en salas de internamiento y unidades de vigilancia intensiva. Ya desde antes de la pandemia, la Organización Mundial de Alimentos (FAO) advertía de graves carencias en materia de seguridad alimentaria para la población haitiana, algo que se ha agravado por el aumento a más del doble de los precios de los artículos de primera necesidad como el arroz, o el maíz.
La situación de Cuba es igualmente dramática. El cierre de fronteras decretado por la pandemia complicaba aun más la situación del Turismo, ya mermado por la enorme crisis económica al desaparecer las ayudas de Venezuela, y las restricciones económicas impuestas por la administración de Donald Trump.
Todas las organizaciones de la Iglesia católica que trabajan en estos tres países, entre las que se encuentran las Cáritas de Cuba, Haití y República Dominicana llevan 4 meses canalizando ayuda y realizando labores de sensibilización para evitar y mitigar el COVID. Pero en muchas ocasiones han alcanzado su capacidad de actuación. Todos los proyectos han tenido que adaptarse a la nueva realidad, y en ocasiones cancelar actividades peligrosas. En cada Cáritas diocesana se repite el mismo clamor de solicitud de ayuda, mientras continua el trabajo solidario, a pesar de la ansiedad por el riesgo del contagio que se vive en todo el mundo.